viernes, 21 de septiembre de 2007

Un mar que no cesa

Crónica publicada el día 21/09/2007 en El Periódico de Guatemala


JORGE SIERRA. Guatemala.- El delirio amenazó seriamente las estructuras del estadio del Ejército. Las ingentes huestes seguidoras del líder y cantante Enrique Bunbury, y de Héroes del Silencio, no soportaban un minuto más después de una hora de espera, para escuchar el tenso rock de la banda zaragozana que, después de casi 11 años de separación, vuelve a unirse y emprender el Tour 2007. Así, la noche del sábado 15, un poco más de 20 mil almas procedentes incluso de otros países del área, hicieron de esa noche, la velada de la nostalgia y del frenesí.

Los Héroes del Silencio irrumpieron en el espacio escénico en medio de algo sonoro que tenía misterio con que advertía el devenir de algo ampuloso, espeso, con intervalos gótico–sicodélicos. Y así fue. El encuentro estalló con los primeros acordes de El estanque, que tuvo como fondo imágenes del mar (quizá en alusión a El mar que no cesa), proyectadas en pantallas gigantes horizontales que, en lo sucesivo, mostraron otras estampas acorde a las canciones (cartas del tarot, símbolos religiosos, escritos en sánscrito, etcétera).

Bunbury, embutido en unos pantalones y chumpa negras, sacó una voz engolada y poderosa, aunque menos dramática. Pugnó en efecto por hacerse oír, porque la inmensa mayoría del respetable sabía las letras y las cantaba con él.

Joaquín Cardiel (el bajista) y Pedro Andreu (batería) mantuvieron la base y la motivación que se espera de un grupo que ha estado en la cresta de la fama. Más, a lo largo del concierto, no encontraron siempre el eco esperado en los hermanos Valdivia, Gonzalo y, en particular, Juan.

Ambos perdieron presencia y el método de trabajo. Sus guitarras tuvieron ese déficit de chispa, de entrega y de contundencia.

Otro aspecto, fue que el grupo disimuló la monotonía, rítmica y armónica de las canciones, siempre sujetas a un mismo patrón que acaban por cansar y hacer repetitivo el repertorio. Por lo mismo, el set acústico cayó como anillo al dedo, tramo durante el cual se escucharon, entre otras, Herida y No más lágrimas.

Aparte de técnica instrumental y de problemas interpersonales (que causó ausencia de cohesión), se logró encender por ratos la unión entre los músicos y el público, que es lo que puso emoción a la noche. Una emoción y un fervor que tuvo como cierre, En brazos de la fiebre.

Puede decirse que fueron dos horas con sorpresas visuales que no se vieron ni se oyeron cómodamente, pero que no frenó la creencia por ratos, que se estaba frente a un mar de decibelios de rock que nunca cesará. Aunque tristemente se aviste ya su inminente fin.

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